El altiplano potosino representa la puerta de entrada al desierto de Chihuahua, una región semidesértica enclavada a más de dos mil metros sobre el nivel del mar con una gran variedad de flora y fauna siendo las cactáceas uno de sus atractivos más apreciados.
En esta región, las comunidades han aprendido a sacarle provecho a un territorio que les devela sus secretos y sus riquezas de una manera apacible y sencilla, donde fueron creciendo villas y fundos que después se fueron convirtiendo en prósperas haciendas ganaderas, agrícolas y mezcaleras, a la vera del camino Real de Tierra Adentro se fueron formando poblaciones que la prosperidad y el auge minero dotaron de elegantes propiedades y templos de filigrana barroca que sueñan al atardecer con la opulencia de los tiempos que se han ido.
Una forma de conocer el altiplano potosino es disfrutando de sus ferias regionales y festividades durante el verano, y uno de los caminos más bellos hacia estas latitudes lo conforma la carretera no. 63, que sale de San Luis Potosí Capital, y entronca con la carretera federal no. 57, en un itinerario carretero de aproximadamente 130 kilómetros, es decir, en un espacio de dos horas podremos disfrutar de un desfile de continuas atracciones, pues esta ruta nos lleva de la mano para entrar literalmente por el corazón y las entrañas de cuatro cabeceras municipales, cada una con su propio encanto, iniciamos con Moctezuma, Cuna del tejido de malla, y que nos presume imponentes templos como San Jerónimo y Santa Anita, un parque natural que rodea el Ojo de Agua con su centro cultural anexo.
Venado, famoso por su balneario natural que nace de otro Ojo de Agua, tiene edificios históricos como la parroquia, su emblemático acueducto artesanal y su antigua fábrica textilera hoy convertida en el centro cultural Roberto Donis, no podemos dejar de probar sus deliciosos productos lácteos como la célebre cajeta coronada con nueces de la región.
El verano es propicio para la celebración de las fiestas patronales del municipio más famoso por sus rutas de minas y agaves: Charcas, que se viste de fiesta la última semana de agosto y la primera de septiembre con su feria regional, aquí es difícil no dejarse seducir al recorrer un centro histórico bien trazado con joyas arquitectónicas como el imponente templo de San Francisco, ni se puede pasar de largo sin entrar a recorrer la famosa hacienda mezcalera de laguna Seca.
Si seguimos en la misma dirección, a nuestro encuentro saldrá Villa de Guadalupe, aquí la belleza de la plaza de Armas la complementa su parroquia, que como curiosidad tiene un cuadro de la virgen elaborado con plata originaria de Real de Catorce; curioso fenómeno nos ofrece la comunidad de San Bartolo, inmersa en un sorprendente y encantador paisaje tropical en medio del semidesierto que celebra sus fiestas patronales del 23 al 25 de este mes, la carretera no. 63 entronca en este tramo con la carretera no. 57, si seguimos hacia el norte 40 kilómetros más adelante nos espera Matehuala, la cuna del cabrito y los famosos productos de las Sevillanas.
Otra ruta que podemos tomar teniendo como base la Capital Potosina hacia el norte por la carretera federal no. 57 en un radio de menos de 60 kilómetros para encontrarnos con dos cabeceras municipales que son un tesoro como lo es Guadalcazar y Villa Hidalgo, ésta última, a la vera de un cerro imponente llamado del Picacho es su símbolo, después de conocer su plaza y parroquia, lo mejor se encuentra en las localidades muy cercanas que fueran productivas haciendas agrícolas como Corcovada y Peotillos, ambas conservan su señorío y exhiben muebles, vestuario, y piezas históricas de uso común.
Guadalcazar es todo un legado de un rico pasado mineral, el pueblo adorna las calles con sobrias y vetustas construcciones que hablan de opulencia y buen vivir, el Templo de la Purísima Concepción, el Museo de Arte Sacro, el Palacio Municipal, la Antigua Casa de Moneda, y la parroquia de San Pedro Apóstol son testigos de la rica veta cultural, que atraídos por el oro y la plata dejaron exploradores y misioneros, los siglos han pasado y el altiplano potosino sigue ahí en la quietud de la inmensidad, una ensoñación entre la majestuosidad de las entrañas de la sierra y el desierto, siempre como una promesa, esperando que alguien descubra sus tesoros.