La línea que divide al mundo real del imaginario es apenas perceptible. No la cruces. Puede ser peligroso.
Tere Resa
Existe un recurso dentro de la dramaturgia que se llama “el teatro dentro del teatro”. William Shakespeare lo utilizó en Hamlet, Macbeth, La tempestad y El sueño de una noche de verano; más tarde, lo trabajaron los autores españoles del Siglo de Oro Lope de Vega, Tirso de Molina y Miguel de Cervantes.
En el caso de España, eran pequeñas obras a manera de entremeses que se intercalaban para resumir la trama o para distraer al espectador del tema principal. Generalmente, eran obras cargadas de ironía.
En el mundo contemporáneo se ha retomado este recurso para leer entre líneas. Se habla del poema dentro del poema; del cuento dentro del cuento; y de la historia dentro de la historia. La autora de la obra que hoy me ocupa no escapa a esta influencia.
En el caso de La Dama de Negro se cuenta una historia terrible (la de la muerte de una mujer y su hijo a bordo de una carreta) que da paso a otra historia escalofriante (las apariciones de otra mujer que sufre por la muerte de su hijo).
En cuanto a la estructura, la obra está dividida en dos actos perfectamente claros. En el primero, el viejo Arthur Kipps escribe lo que vivió en aquel entonces en una obra de teatro para que sus familiares y amigos conozcan su historia y lo comprendan. Para lograrlo, acude a un experimentado director de teatro, John Morris, que tiene un viejo teatro y le explica al incipiente autor la manera como su público podrá recrear, por medio de la imaginación, sus vivencias.
Debo decir, además, que la imaginación no necesita de mucha escenografía: un baúl, tres sillas, papeles, una linterna y efectos de sonido y ambientación.
El espacio escénico se viste de negro. Se pide al público que apague totalmente sus teléfonos celulares porque debe haber oscuridad total, atención al ciento por ciento y silencio absoluto para que la magia cobre efecto.
Curiosidad y recreación. Misterio. Suspenso. Gritos. Terror. Un espectro que aparece y desaparece. Una mecedora que rechina en su vaivén. Una pelota que bota sin que nadie la juegue. Si hay pelota, hay niño. “¿Dónde está el niño que yo no lo veo?” “¿Dónde está la madre?” “¿Quién está allí?” Nerviosismo. Susto. Vivir en la ficción.
Dos actores en escena y muchos personajes en la historia. Un pueblo fantasma sin primogénitas. Un personaje escéptico y un futuro autor que acaba creyendo en fantasmas.
Susan Hill es la autora de La dama de negro, La niebla en el espejo y Soy el rey del castillo. Nació en Inglaterra en 1942. Recibió el Premio Somerset Maugham en 1971. Sus novelas se distinguen por el manejo de la intriga y el misterio en un ambiente gótico.
Son ya 18 años de éxito ininterrumpido de esta obra. Actúan en esta puesta en escena, alternando funciones, Odiseo Bichir, Juan Carlos Colombo, Benjamín Rivero y Alberto Castillo, así como el también actor, director y traductor Rafael Perrín. La adaptación es de Stephen Mallatrat; la producción general está a cargo de Antonio Calvo y Carlos Bracho.
Se presenta en el Teatro Xola-Julio Prieto de la Ciudad de México todos los viernes (8:45p.m), sábados 6:00 y 8:45 p.m.), domingos (6:00 p.m.). La función inicia puntualmente. Dirección: Xola esq. Nicolás San Juan, Col. Del Valle.
Para mayor información en www.ladamadenegro.com, www.fidteatros.com