• Menu
  • Menu

Entre el humo del copal y el murmullo de los pixanes: el fenómeno del Janal Pixán en Yucatán

Compartir artículo

Cuando el cielo de fin de octubre comienza a teñirse de ocres y se siente el aroma dulce de los cítricos madurando, Yucatán se prepara para un reencuentro con lo invisible. No es solo una fiesta: es Janal Pixán, la “comida de las ánimas”, la tradición maya donde la frontera entre vivos y muertos se hace puente de aromas, sabores y memorias.

Janal Pixán es una palabra en maya yucateco que significa “comida de las almas” (janal = comida, pixán = alma). 

Para el pueblo maya, la muerte no es un fin, sino una transición. Y en estos días sagrados, los pixanes (espíritus de los difuntos) regresan al mundo de los vivos para compartir la mesa, los rezos y los recuerdos con sus familias.

Los altares –llamados paaltas en algunas comunidades– se preparan con esmero: se colocan velas para guiar el camino, agua para calmar la sed del alma, flores para alegrar su regreso, y sobre todo, comida tradicional, porque el amor también se sirve caliente.

Tres días, tres mundos

El Janal Pixán ocurre entre el 31 de octubre y el 2 de noviembre, pero cada uno de esos días carga su propio sentido:

31 de octubre: U hanal palal, dedicado a los niños que ya no están. Altares alegres, manteles bordados de colores vivos, juguetes, dulces, flores y ofrendas suaves para acoger esas pequeñas almas que, según la tradición, regresan primero. 

1° de noviembre: U hanal nucuch uinicoob, cuando se honra a los adultos. La mesa se vuelve más seria, se incluyen objetos de importancia para quienes han partido: ropa, herramientas, comidas que solían gustarles, velas que alumbran el camino hacia el altar. 

2 de noviembre: U hanal pixanoob, también llamada “misa pixán”, día dedicado a todas las ánimas. Es momento de visita a panteones, ceremonias, rezos, unión familiar, los altares extendidos, el recogimiento. 

Sabores que narran historias

Entre los platillos que reviven memorias, destaca el mucbipollo (también llamado pib), el tamal gigantesco que se cocina bajo tierra. Un ritual en sí mismo: preparar la masa, los rellenos (carne de cerdo, pollo, especias), envolverlo en hojas de plátano, enterrarlo en un horno de tierra y esperar horas para que su cocimiento lento se transforme en ofrenda. 

Otros componentes esenciales del altar maya son: atole nuevo, frutas de temporada (naranjas, mandarinas), jícamas, dulces como de papaya y coco, ramas de ruda, fotografía de los difuntos, agua fresca, velas, incienso. Cada elemento tiene un propósito simbólico: agua para saciar la sed del pixán, fuego para alumbrar su trayecto, olor para atraer su memoria. 

Dato curioso: El ochavario y continuidad espiritual

Aunque los días centrales son los conocidos, en muchas comunidades mayas la tradición no termina el 2 de noviembre. Existen ritos complementarios como el “ochavario” o el “bix”, que ocurren ocho días después. Es una despedida posterior para las ánimas, una última reunión de respeto, oración y ofrendas modestas, usualmente tamales y pib. 

Leyenda: El hombre que no creía

Cuenta la leyenda maya de una comunidad que vivía tranquila entre huertos, gallinas y árboles frutales. Llegaba el Día de los Muertos y todos preparaban su altar: limpiaban patios, arreglaban las cercas, cerraban corrales para que ningún animal asustara a los espíritus. Pero había un hombre que rehusaba creer: “¿Para qué?”, decía, “los muertos ya no están”.

Cuando la noche llegó, con velas encendidas y altares preparados, ese hombre decidió quedarse despierto para demostrar que nada ocurriría. Esperó… esperó… y cuando la luna estaba alta, sintió pasos suaves en su patio, susurros, el olor del mucbipollo horneado, la brisa que traía risas infantiles y un canto distante en maya que llamaba. Se asomó y no vio a nadie, pero el aire estaba lleno de presencia. Desde entonces, cuenta su nieta, ya no duda: recuerda cada 2 de noviembre que lo invisible también ama. 

¿Por qué el Janal Pixán es algo más que una tradición?

Porque conmemora el culto a los ancestros, no sólo la memoria de los muertos, sino la continuidad del linaje, de la tierra y de la identidad. 

Porque cada objeto del altar, cada tamal, cada vela, es un puente que une generaciones, espacios y tiempos.

Porque revela una cosmovisión donde la muerte no es un olvido, sino una visita sagrada, un retorno que exige respeto, cuidado y reciprocidad.

Porque en Yucatán, en muchas comunidades, el Janal Pixán no termina con el 2 de noviembre: la relación con los pixanes continúa vivida, orada, alimentada.

Entre el aroma dulzón del mucbipollo que emerge de hornos bajo tierra, entre el suave crepitar de las velas al caer la noche, entre el murmullo de rezos en maya, Yucatán nos invita: entra al silencio de lo sagrado, saborea lo ancestral, y descubre que lo que creemos perdido, de alguna forma, regresa cada año.