por Sergio Pastrana D’Abbadie
El agua turquesa de la alberca se une en el horizonte con la inmensidad del mar, el infinito está al alcance de la mano y un sentimiento de libertad se apodera de todos los sentidos.
Antes de que se ponga el sol, un paseo por el jardín zen lo tranquiliza todo y ya de noche la brisa marina y el tímido brillo de la luna iluminan solo para tus ojos los manglares que se extienden al otro lado del hotel: agua, vegetación y tú, combinación perfecta.
Unos recién casados descansan en la alberca privada de su habitación mientras esperan que llegue su cena, esta noche será un plato francés para ella y algo creado por el chef Mikel Alonso para él, mañana podrán probar lo que se ofrece en el Frida, de alta cocina mexicana o en el Sen Lin, de cocina oriental.
Cuando el día llega una familia disfruta de la playa de arena blanca y suave con sus hijos, después irán al chapoteadero para que mientras los pequeños juegan indefinidamente sus padres disfruten de una piña colada en el bar, luego probarán algún platillo del Azul, el Chaká o el Bistro, donde hay de todo para todos.
Entrada la tarde un viajero solitario se acerca al spa para relajarse después de una jornada de trabajo en el centro de convenciones, le es difícil escoger de entre los paquetes acondicionados para avivar sus sentidos: la gama de sabores, texturas, aromas y tradiciones milenarias se antojan perfectas, un toque de la India, acercarse al mundo Maya o tal vez algo más Mediterráneo.
En el hotel Grand Velas Riviera Maya casi todo está incluido, desde las bebidas en el bar hasta el servicio a cuartos, lo único por lo que tendrás que pagar, y bien vale la pena, es por alguna de las sesiones de spa donde utilizan materias primas de Natura Bissé.
Estar ahí significa un respiro eterno en un entorno sin precedentes.
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